Entrevistas

Xavi Bou, narrador de cielo y sombras “No fotografío animales, muestro el movimiento”.

Por Gabi Martínez 25/09/2025

“Los augures leían el futuro en el vuelo de las aves. ¿Qué pensarían al ver estas fotos?”, se pregunta Xavi Bou en su estudio del barcelonés barrio de Gracia, enfrentado a dos grandes fotografías enmarcadas. En una, nubarrones de distinta oscuridad parecen a punto de fundirse en uno solo. La otra es un nítido salpicón de varillas espirales. Ambas las ha hecho él. De manera que lo que han capturado ambas fotos son pájaros en movimiento.

Xavi Bou despunta como uno de los grandes renovadores de la fotografía de naturaleza moderna, con obra por todo el mundo, también recogida en el libro Ornitographies, poesía visual idónea para adentrarse en una insólita narrativa del aire. Bou capta secuencias de aves en vuelo: no retiene un solo instante, sino varios, porque la cámara dispara ultrarrápida durante segundos aprehendiendo el recorrido del ave, sigue su trazo, y la imagen final es un rastro, una sombra, figuras enigmáticamente abstractas que dejan la impresión de algo nuevo.  

Halló la fórmula ya bien entrado en la treintena, fruto de mirar muchos cielos y de quedar impactado por una exposición “sobre ciudades en las que no aparecían personas. Pensé: si con un algoritmo puedes ignorar el momento en el que aparecen las personas y quedarte con el fondo, seguramente puedas hacer lo contrario, que el algoritmo tenga en cuenta el rastro dejado por el ave en el cielo. Trataría de utilizar esta herramienta para ver cosas que nos pasan desapercibidas. En vez de fotografiar a un animal, fotografiaría un movimiento. De esta forma podría ver el movimiento de una forma nítida, comprenderlo. Vería pasado presente y futuro en un solo instante”. 

Xavi Bou empezó estudiando Geología pero intuyó que de seguir por ahí posiblemente acabaría trabajando en la construcción, no le gustaba ese final, abandonó la carrera y quedó perdidísimo. Con 22 años se puso a estudiar fotografía por las noches. Su mayor seguridad era que no iba a trabajar en una fábrica como sus abuelos y padres, vinculados a la industria papelera y textil. Cuando un bisabuelo suyo se mató en un accidente laboral, la empresa dio el empleo a su hijo, el abuelo de Xavi.

“Y mi padre siguió la tradición en la fábrica. Cada día salía de trabajar de un color diferente. Trabajaba en la depuradora con acrilonitrilo (líquido sintético volátil e inflamable que huele a cebolla), lo emplean para hacer ropa, vestidos, con petróleo”.

A cambio, su abuelo Toni le descubrió el delta del Llobregat. Lo paseaban juntos a menudo. “Era la época de la heroína, Sant Cosme estaba lleno de yonkies, jeringuillas por todas partes, y el río y la playa eran de los más contaminados de Europa. Mi abuelo estuvo a punto de morir de tifus por bañarse en esas playas, pero pasamos mucho tiempo disfrutando allí”.

Los humedales de El Prat aún emanaban silvestrismo, en la finca de La Ricarda no podías entrar, y su abuelo solía conseguirle muñecos con forma de animal recogidos en la playa porque algún contenedor con juguetes había volcado la carga. El hombre se esforzaba por transmitir a su nieto lo mejor de aquel espacio hablándole de las aves, de los peces que veían. “Podía haber destripado un pez y enseñarme el vientre lleno de plásticos pero prefería comentar cómo brillaban las escamas de un pez, cómo nadaba. Creo que esa forma de acercarse al entorno determinó mi forma de relacionarme con el paisaje, en busca de la belleza”.

Belleza que él también deseó compartir. ¿Cómo? Asistiendo a un profesor de fotografía dedicado a la moda. El propósito era atesorar conocimiento antes de saltar a la foto digital. “Monté un estudio de retoques de fotos. Yo no hacía fotos, trabajaba para otros, esperando mi propio proyecto. Pero, ¿cuál? Tenía que ser algo especial, diferente. Vinculado a mí, a quien era yo”.

-¿Y quién eras tú?

-Alguien muy visual, un poco hiperactivo, a quien le costaba concentrarse… pero, sobre todo, era el sonado que escuchaba aves. Aunque entonces todavía pensaba que hacer fotos de naturaleza era hacer las fotos de naturaleza de siempre, y ahí no podría aportar nada muy singular porque siempre hay alguien que tiene un superequipo capaz de llegar donde tu presupuesto no llega, o puede instalarse en un superhide en Siberia a esperar la foto de turno.

-Y entonces…

-Gracias a la sensibilidad que fui adquiriendo a base de hacer retoques, a los conocimientos de postproducción y al tiempo que pasaba viendo pájaros di con una forma de mostrar aves que, que yo supiera, no había desarrollado nadie.

-La primera foto de tu nueva vida fue en 2013.

-Durante una excursión de SEO para ver aves marinas. Grabé a tres gaviotas. Había hecho pruebas con muñecos y vencejos, pero quedaron feas. Al ver el resultado de las gaviotas, confirmé que la técnica tenía potencial. Los primeros años trabajé con una cámara que hacía videos, pero de bajísima resolución. De todas formas, fotos mías salieron en National Geographic.

La primera publicación fue en la revista online Vice, en 2015. Desde entonces, Wired, CNN, Der Spiegel, Granta, The Guardian… La mayoría de sus seguidores en redes sociales son españoles, si bien no vende “ni un diez por ciento” de obra en España. “Más de la mitad va a Estados Unidos. Y tengo muchos compradores de Inglaterra, Holanda y Alemania”. Esto decía a finales de 2024. Un año después, Bou lamenta la volatilización del mercado estadounidense: “Hace seis meses que allí no vendo nada. El país vive en una especie de estado de alarma, la gente está como preparándose para algo, y eso les lleva a ahorrar. Una foto no es un bien básico, así que no la compran”. De todos modos, si en 2025 vendía una foto pequeña por 180 euros, en 2020 ya costaba 900. Hoy sus obras mayores superan los 4000.

“Al presentar Ornitographies no sabía qué decir, y ahora no callo”, asegura el fotógrafo. En la última edición de ARCO, la galería Senda expuso las primeras imágenes de su último proyecto, Fluctus. “Si en las Ornitografías muestro la trayectoria del vuelo pero pierdo el color y la forma, Fluctus acerca a la diversidad de formas y colores del ave”. Para esto, debe filmar a las aves de arriba abajo, así que trabaja con aves capturadas asesorado por ornitólogos, a los que acompaña al campo. Instala un set apuntando a tierra y, desde arriba, capta el aleteo del ave. “El imaginario visual es del todo novedoso. Es bonito inspirarse en la arquitectura, la danza, la escultura…”. Bou sigue fotografiando y editando para rematar el proyecto Fluctus, que emprenderá una difusión estelar en 2026, cuando National Geographic le dedique un buen montón de páginas. 

  

-Tu fotografía obliga a hablar sobre esta disciplina en una clave diferente, casi pictórica. Remite a términos como intuición, aunque en realidad estás en manos del movimiento de cada animal. Tú pones la técnica, las facilidades, para que el paisaje… la acción se exprese.

-Yo no creo: voy en busca de vuelos y los hago visibles. Elijo una tarde de junio con veinte vencejos y decido cuándo disparar. Muchas veces, en la cámara veo un puntito que no sé qué es, y de pronto descubro, por ejemplo, una cigüeña. Revelar tiene un efecto sorpresa. Y ver la reacción de la gente en las exposiciones es muy bonito. Saber que aportas algo distinto cuando tan a menudo escuchas que ya no se puede hacer nada nuevo en este campo… Además, esta técnica se puede aplicar a lo que quieras, ahora se está haciendo mucho en el deporte.

-Dices que se trata de una solución técnica, pero hasta ahora no te ha gustado mucho hablar sobre el cómo se hizo, sobre las bambalinas de la creación.

-No, sobre todo al principio tenía muchos problemas para hablar de técnica porque no quería ser un técnico como mi padre. Cuando me preguntaban cómo lo haces y me ponía hablar de fotoshop, algoritmo, fotogramas por segundo… era como volver atrás. No quería hablar de eso.

“Eso” es una técnica vinculada a la aparición de la fotografía en el siglo XIX, cuando la posibilidad de congelar el tiempo en un disparo tras otro y otro y otro y verlos todos consecutivos reveló, por ejemplo, que hay un instante en el que un caballo al galope mantiene las cuatro patas en el aire. Esa forma de explorar el movimiento recibió un nombre.  

-Una chica me dijo que parecían cronofotografías de Étienne Jules-Marey o de Muybridge. Ahora mucha gente cree que me inspiré en ellas, pero llegué a las soluciones por mi cuenta. Muchos artistas futuristas pintaron guaches inspirados en esas imágenes, y luego vinieron otros. Hay obras de Duchamp o pinturas de Giacomo Balla que parecen mías. Ellos se inspiraban en fotos. 

-¿Has pensado en hacer lo mismo con personas?

-He imaginado probar con gente que salta en parapente, salto base… se podría trabajar mucho con deportistas. Pero por ahí no he ido todavía… ni voy a ir. Lo que intento transmitir es mi pasión por la naturaleza, por la sensación de descubrimiento, mi entusiasmo. De joven pensé que solo podría transmitir esta pasión a través del viaje, y, al principio de internet, hice una revista digital de viajes con mi pareja. Divulgábamos historias de exploradores, de especies animales… Lo que pasa con la foto de viajes y, sobre todo, de naturaleza es que tenía la sensación de salir de casa con las fotos hechas.

-¿Quieres decir que ya sabes lo que hay en ese nicho fotográfico, que ahí todo es bastante  previsible?

-Eso es. Y, por otro lado, que la mayoría de especies hubieran sido descubiertas me frustraba un poco. Por eso me planteé hacer mi propio gabinete de curiosidades mostrando aquello que ya conocemos, pero de otra manera. Me pregunté cómo representar al individuo. ¿Por qué siempre lo hacemos a través de la forma? Mi idea era captar cómo se mueve cada uno. Y como los individuos que yo seguía eran aves, ¿por qué no representar los vuelos? Comencé una colección de vuelos. Conseguí mostrar cosas como si se vieran por primera vez: el vuelo del vencejo como un cuadro de Pollock; que una suelta de aves se viera como un tsunami. O los murciélagos. ¿Cómo son? Se les puede identificar muy bien por la trayectoria de su vuelo. Lo que hago es un estudio de movimientos naturales animales.

-Llevas años con aves, aunque hay mucho movimiento alrededor.

-Los primeros años me centré en las aves, pero estoy ampliando la mirada. Llevó tiempo siguiendo a insectos - acaba de leer Terra insecta-. Con ellos me acerco más, uso cámaras lentas, una de las mejores del mundo. También estoy grabando plancton con el microscopio en el Instituto de Ciencias del Mar y explorando el movimiento de la vida marina con cámara subacuática. En el Instituto tienen monocultivos de una sola especie de plancton que traza formas espirales, como cables de teléfono enrollado. Grabo unos veinte segundos, aparecen copépodos dando saltos. La tarea artística es sobre todo curatorial.

-¿A qué otras artes vincularías el resultado final?

-Me interesan mucho el efecto del carboncillo, la caligrafía japonesa, Pollock, Cy Twombly… artistas cuyas pinturas parecen fotos.

-¿Cómo se consigue ese efecto?

-Con cámaras muy técnicas capaces de hacer muchas fotos por segundo.

En el ordenador, Bou muestra imágenes de Fluctus. Para inmortalizar el vuelo del buitre necesitó tres aleteos, cinco segundos. Del supersónico martín pescador grabó dos segundos. Luego, usó el programa de edición DaVinci. Para el proyecto Ornitographies, en el que cada imagen es una historia, siguió a los estorninos en la bahía de Rosas; la migración de grandes grupos de cigüeñas y milanos en Tarifa.

 

-Llegué con las expectativas puestas en los buitres pero hacía mucho viento y vi que la migración se había acabado. Me centraría en los milanos. El primer día, la calima levantó niebla, no vi ninguno. Supuse que no se atrevían a cruzar el estrecho. Después de cinco días seguía sin pasar nada. Entonces, detrás de una colina descubrí a miles de milanos esperando. Cada mañana emprendían el vuelo, probaban si el tiempo acompañaba. No. Volvían, y a veces se quedaban volando de cara al viento, quietos como cometas. Es muy raro ver a un carroñero parado. Bueno, no estaban quietos, se movían pausadamente, de arriba abajo. Un movimiento distinto. Corro el riesgo de copiarme a mí mismo, a veces tengo la sensación de que me repito, pero siempre estoy abierto a situaciones imprevistas, y ahí apareció una.

-Siempre pasa algo diferente, se trata de lograr mostrarlo. Lo primero es estar ahí. Pero luego hay que disparar en el momento justo. 

-Esas palomas -abre otra imagen en el ordenador- podían haber volado hacia la derecha y esta foto no existiría. Pero esto no lo digo en la expo. Si todas las fotos fueran acompañadas por una explicación detallada, las exposiciones se convertirían en documentales.

-Y lo que buscas es sugerencia.

-Sin contexto, te dejas llevar por lo que ves. Ante algo que no sabes qué es, sientes la atracción del reto. Y, en un momento como el actual, tan sobreexplicado, aún más. En las expos siempre pongo alguna explicación, sí, pero al final, cuando ya has visto todo. Entonces, mucha gente revisita la exposición ya sabiendo lo que va a ver. Rothko dijo que “el arte no es un objeto, es una experiencia”. Pues eso.

-La primera vez que se ven tus fotos causan… ¿desconcierto?

-La primera vez es la más fuerte, porque no sabes qué estás viendo. En Burdeos, cuando nadie conocía mi trabajo, mucha gente iba por la sala preguntando qué era eso. Yo espero que los visitantes lleguen con la mínima información, para enfrentar la extrañeza. El arte tiene valor cuando los museos y las galerías de arte saben lo que hay detrás, pero, al menos de entrada, está bien no saberlo.

-¿Qué tipo de arte sigues?

-Más contemporáneo que clásico. A mí, ir a El Prado, bufff, aunque con Las Meninas se me pusieron los pelos de punta. En cualquier caso, me interesa lo que me sacude. Si te tienen que convencer de algo, difícilmente funcionará. Pasó con el metaverso, no paraban de intentar vendérnoslo, y nada. Aparece la Inteligencia Artificial, y ya ves, se impone. Yo la consulto diez veces al día. Las cosas te interesan o no. Te ayudan o no. Te dicen algo o no.

-Tus fotos subrayan el contraste entre los grandes espacios y los seres que los transitan. Los vemos moverse desde tu podio fotográfico, y, gracias a eso, creemos entenderlos un poco más.

 -Las cosas se entienden mejor en modo Dios. Suena a psicópata, pero así es.

-¿La mirada divina ayuda a entender algo más a los humanos? Por ejemplo, a los que quieren ampliar el aeropuerto de Barcelona. La ampliación afectaría a una nueva parte del delta al que ibas con tu abuelo.

-La especie humana no está preparada para mirar a largo plazo. No actuamos hasta que nos jugamos la supervivencia, y esto también se explica por la economía: es muy difícil pagar el triple por un producto que más o menos tiene el mismo sabor que otro mucho más barato. Se impone lo útil. Reaccionar requiere habilidades que no tenemos. Ante un supuesto beneficio a largo plazo y una gratificación asegurada a corto o cortísimo plazo, ¿qué eliges? Por eso es más fácil que funcione una gran transformación impuesta desde la Unión Europea que desde un ayuntamiento, porque se toman decisiones a gran escala y es más fácil que una mayoría las acepte. Un ejemplo: puede aceptarse que la UE nos diga que no se puede ampliar el aeropuerto antes que tomar nosotros la decisión de renunciar. Hay quien dice que sistemas como el chino son más eficaces, sistemas no democráticos que imponen leyes indudablemente buenas para el colectivo. Bueno. En ese caso también habrá que ver hasta qué punto existe un autoritarismo ecologista.

-Alguien tendrá que decidir.

-La cuestión es que, si los locales, los indígenas, la gente que vive en ciertas zonas tiene intereses tan contrarios, ¿deben decidir ellos la solución o alguien que vea el problema desde fuera? ¿Preferimos una ecodictadura a una democracia populista que busca el beneficio a medio plazo? Buf. A ver quién decide. En cualquier caso, que la anécdota no nos impida movernos.