Rosalía y el espíritu de Unabomber

Por Gabi Martínez

12/11/2025

Ha querido el azar que obras de Rosalía y Unabomber, menos conocido como Theodore Kaczynski, hayan aparecido en España casi a la vez. Una, cantautora y productora viva; el otro, matemático y terrorista muerto. Una, visibilísima; el otro, recluido en un bosque y anónimo durante quince años hasta que el FBI lo detuvo. Ambos, apelando a una nueva espiritualidad. Dos innovadores también, uno ético, la otra estética, aunque sobre esto hay debate, y a eso vamos.

Hace unas semanas, Rosalía acaparó de nuevo los focos mundiales cuando anunció el lanzamiento de su último álbum, Lux. Apareció tocada como una monja -de blanco- y filtró un fragmento de Berghain, el tema que interpreta en tres idiomas con un estribillo que, en inglés, afirma: “la única forma de salvarnos es mediante la intervención divina”.

Las alusiones religiosas son frecuentes en la carrera de Rosalía, si bien esta vez se emplea a fondo, y, además de haber publicitado Lux con rosarios, cruces, palomas, el Sagrado Corazón o levitando aureolada por un halo, se anima a decir en japonés “Soy la reina del caos porque Dios lo decidió” o, en italiano, “Mi Cristo en diamante/ Te llevo, te llevo siempre”. Y en el tema Divinize rescata nítidamente el espíritu de Madonna para mezclar manzanas y luces celestiales con amor, deseo, tentación carnal. Un buen número de comentaristas han aplaudido que la de Sant Esteve Sesrovires se atreva a proponer un cambio en las tendencias mundiales invitando a adentrarnos en la espiritualidad, demostrando otra vez su vanguardismo. Varios comentaristas han venido a decir esto de manera casi literal e idéntica. Bueno.

La imagen de Rosalía disfrazada de monja me provocó una inquietud de origen indetectable, que atribuí a la colisión fenomenal con el libro que yo estaba a punto de acabar de leer en ese instante: Desde un bosque lejano, la compilación de artículos escritos por Unabomber, que se publican en España treinta años después de su lanzamiento en Estados Unidos. El anarquista Theodore Kaczynski fue un matemático de élite que con apenas 25 años se convirtió en el profesor más joven contratado por la Universidad de Berkeley, cargo que desechó después de una temporada asistiendo a cómo la propia universidad apostaba por entregar el mundo a la tecnología que él consideraba el peor de los males, un auténtico ángel exterminador.

Kaczynski se retiró a una cabaña en el bosque y, al cabo de un tiempo y de forma tan anónima que puso en jaque a CIA y FBI, emprendió la campaña de cartas bomba que mató a tres personas, hirió a veintitrés y logró que The Washington Post le publicara uno de sus artículos fundamentales, La sociedad industrial y su futuro, incluido en el libro que la editorial errata naturae acaba de publicar.

Kaczynski, asesino de una lucidez visionaria, concluyó que la tecnología estaba transformando la ética que había amalgamado a la humanidad occidental a lo largo de la Historia, y que su influencia y velocidad cada vez mayores pronto arrasarían con las ideas de libertad o dignidad consensuadas durante milenios, abocándonos a un universo incierto, frío, a merced de las máquinas, de la inteligencia artificial y, quizás, de cuatro multimillonarios despojados de cualquier antigua compasión. Un universo, en fin, sin control humano. Paradójico, cuando se suponía que justo las máquinas debían permitir nuestro definitivo dominio del planeta. Pues no.

Según el Kaczynski de los años ochenta-noventa, los humanos disidentes opondrían una cierta resistencia, y el resultado de esta lucha se dilucidaría entre 2030 y 2090. Y él mismo se preguntaba ¿cuál sería la mejor, por no decir casi única opción de los humanos para enfrentar a la tecnología? Creer en la naturaleza, respondió, reivindicarla y articular un credo común entorno a las muy poco exploradas pero enormes ventajas de asociarnos con los seres no humanos alrededor.

Así que yo estaba leyendo estas reflexiones de un criminal matemático vanguardista cuando Rosalía presentó Lux. Público y expertos musicales están muy de acuerdo en que este álbum es una cumbre creativa. Original, bello, emocionante. Una obra que fusiona con virtuoso equilibrio varios palos musicales, que gana majestad a base de incluir orquestas sinfónicas y hasta el coro de la escolanía de Montserrat, dotando de un aire aún más místico a las canciones. Lo comparto. Cuando escucho Lux, me ilumino. Asocio. Combino. Veo. Y me salen artículos como éste. Me conmuevo. Por la voz de Rosalía, por la música y por todo. A la vez que admiro el atrevimiento -toda una declaración de intenciones-, de emplear no sé cuántas lenguas en sus temas.

Pero, y ahora viene el porqué de este artículo, justo por eso, justo porque la genia ha pensado mucho en cómo conectar con millones de individuos empleando varios idiomas y mezclando ritmos aparentemente inconciliables, justo por todo ese riesgo que exhibe la estética, y por el evidente y meticuloso estudio de qué-deseo-comunicar que han realizado ella y su equipo antes de presentar la obra con un determinado envoltorio, trastorna verla apoyada en una ética que apela a las cruces de toda la vida, subida al manido carro de la católica religiosidad pop rebañado por Madonna cuarenta años antes -la de Michigan está encantada, claro, con esta discípula fiel-, precisamente en una época en la que, mientras por un lado se lamenta la crisis del cristianismo, lo cierto es que hay un rebrote de interés por la fe -o al menos por su espectáculo- detectable por ejemplo en el triunfo de los Javis con su serie La Mesías, protagonizada por una familia de beatas cantantes; en la elección del nuevo Papa batiendo récords de audiencia planetaria; o en las cada vez más personas desnortadas que van o se plantean ir a misa o practicar cualquier religión. Desde luego que hay un vacío espiritual bastante colectivo. Lo que sorprende es que una renovadora como Rosalía apuntale y promueva una alternativa que, como la Historia reciente está demostrando, no supone ningún cambio estructural. ¿Seguir una religión monoteísta es una alternativa verosímil ante las crisis actuales? Sorprende que el asombrosamente imaginativo repertorio musical de Rosalía caiga en tanto lugar común discursivo, apoyado en muletas viejas hechas de cruces y divinas palomas.

Porque a las palomas de pico y pluma real, Rosalía no las canta.

Cada una cree y le canta a lo que quiere, por supuesto, pero si alguien levanta la bandera del cambio espiritual, y de ese modo emprende una camino político -que se lo digan al comunista Jesús de Nazaret-, apostar en el año 2025 por las cruces de siempre, aunque traigan olor a gasolina y diamantes engastados, y no aludir con auténtica empatía a algún ser no humano en todo el álbum, evidencia que Rosalía encarna una vanguardia estética, pero en absoluto ética. Su vanguardia formal es producto de un descomunal talento que ha sabido procesar como nadie la nueva facilidad tecnológica para acceder a (casi) toda la música del mundo, tan impactante en la forma como trasnochada en el fondo. Lux es el producto de una ultraurbanita que en sus letras celebra su propio talento -como Lamine Yamal festeja goles poniéndose una ficticia chistera de mago- en un fascinante ejercicio egotista de alguien que se autoentroniza mientras, consecuentemente, se olvida de los seres que no pertenecen a su especie (como la mayoría de la gente, conste, incluidos aún muchísimos narradores).

Que cada una cree y cante lo que quiera, cómo no, pero si a finales de 2025 aún le estás cantando a Dios, en algún momento deberías recordar que La Creación consta de millones de seres no humanos e incluirlos en tu canción. Haberlos ninguneado deja una sensación de oportunidad perdida. Si pretendes cambio y rebeldía modernos, no hay otro camino que incluir a lo otro más salvaje. Entre otras cosas -y esta es definitivamente una lectura política-, porque creer en abstracciones puede sosegar un poco el alma propia, pero la Naturaleza es algo concreto que induce sin duda a la acción y a una plenitud compartida, y el siglo que discurre peligrosamente requiere artistas que, si recurren con su arte a banderas sociopolíticas, y la religión es una, además de conmover y vender, muevan.

Habrá que esperar al próximo álbum para ver si la deslumbrante Rosalía sale un poco más al campo o sigue en el cielo, en las nubes.