“La democracia no está completa sin el resto de seres vivos”

Jonathan Watts presenta la biografía de James Lovelock, creador de la hipótesis de Gaia

Gabi Martínez

04/07/2025

“Hay que buscar otro nombre para la teoría de Gaia. Han conseguido que el concepto más integrador que tenemos suene a hippies, a new age, pese a que Lovelock formuló su teoría desde la ciencia, basándose en los mejores datos militares, gubernamentales e industriales del momento”, dijo el periodista de The Guardian Jonathan Watts en el Mirador del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) durante la presentación de su libro The many lives of James Lovelock, una biografía sobre el científico empleado por los servicios de inteligencia británicos e inventor que coideó la teoría de Gaia. Para escribirla, Watts entrevistó a Lovelock durante los dos últimos años de su vida.

Watts, que afirmó haber sido el primer escéptico al escuchar por primera vez la teoría –“pensé que era new age”-, reconoció que, al investigar sobre Lovelock, descubrió a un hombre que no solo creó el detector de captura de electrones que servía para medir la calidad del aire y desencadenó el gran movimiento medioambientalista sino que trabajó tanto para el MI5 y el MI6 durante la Guerra Fría, estuvo integrado en la industria militar y tuvo acceso privilegiado a una ingente información que le permitió formular la teoría.  

La base de la teoría de Gaia es que la Tierra es un organismo vivo que se autorregula, y en el que todos los seres que lo habitamos somos interdependientes. La clave no es la lucha de unos contra otros, sino la colaboración. Lovelock llegó a esa idea junto a Dian Hitchcock, a la que conoció en una cantina de la NASA. Hitchcock, que en la Agencia se sentía continuamente ninguneada por sus superiores, encontró en Lovelock a un interlocutor apasionado. Empezaron a colaborar. Se hicieron amantes. “Detectaron que no había vida en Marte y que era la atmósfera la que determinaba esa falta de vida -dijo Watts-. Hitchcock era una mujer brillantísima. Fue la primea en escribir sobre la Tierra como un ser vivo, pero en los sesenta aún no se hacía caso de las mujeres científicas, y pocos conocen su nombre”. El primer artículo sobre las posibilidades de vida en Marte se publicó en 1965 en la revista Nature, firmado solo por Lovelock.

De nuevo, la importancia de nombrar. Esa forma de visibilizar. Gaia fue el nombre que el escritor William Golding sugirió a su vecino y amigo Lovelock para presentar en público la fascinante teoría que le había expuesto. Al científico le gustó. Pero Gaia, según Watts, ya no conecta con la gente, suena trasnochada. Pese al valor de sus argumentos, repele más que atrae. “Para sobrevivir como especie necesitamos la teoría de Gaia, pero ahora hay que presentarla con otro nombre, porque este ya no funciona”, insistió Watts tras señalar que los vínculos entre política y biología en el dominante sistema neoliberal han logrado tumbar las ideas de Gaia, que invitan a la asociación y al refuerzo de los colectivos para aunar energías en busca de un mundo más saludable.

A cambio, se ha impuesto el convencimiento general de que, en el orden natural de las cosas, impera el gen egoísta, que basa su supervivencia en la lucha de ese gen contra los demás. “A la derecha le encanta este planteamiento -dijo Watts-, y lo usa para decir que hasta la biología apoya sus políticas, que ahora vuelven a ser las dominantes. De todas formas, en los años sesenta surgieron muchas otras teorías e ideas renovadoras que hicieron pensar que era posible un cambio. Fue una época emocionante, cuando el protocolo de Montreal logró que se retiraran los gases compuestos que destruían la capa de ozono” y se divulgaban un sinnúmero de excesos evidentemente perjudiciales para la salud. Fue la época en la que Rachel Carson publicó Primavera silenciosa, su revolucionario libro de denuncia contra los químicos contaminantes. La época en la que Lovelock advirtió a la compañía Shell sobre las consecuencias que tenían el uso de combustibles fósiles para el calentamiento global y el medio ambiente. 

“Un efecto de aquella ola fue que, en 1989, incluso Margaret Thatcher hizo el único discurso medioambientalista de su mandato, que aún me parece buenísimo. Y utilizó frases de Lovelock”.

Si todo estaba encaminado de ese modo, “¿cuándo descarrilamos?”, se preguntó Watts. ¿Cuándo comenzó a asociarse a Gaia con hippies, espiritualistas y antisistema, si la base de su formulación revela, desde los datos y la ciencia, la integridad del sistema más poderoso que existe? ¿Y por qué se produjo, si el propio Lovelock era puro sistema, había desarrollado su carrera y sus ideas desde el corazón de los Grandes Engranajes? 

Watts incidió en las contradicciones que enfrentó el químico atmosférico inglés, un pacifista que trabajaba para la industria militar y la petroquímica. Mantuvieron 84 horas de entrevistas. “A vece,s pensaba en la increíble historia que Lovelock me estaba contando -recordó Watts-, en cómo había llegado a ciertas soluciones magníficas, y de repente soltaba algo… algo… y yo me decía, ¿por qué me cuentas esto ahora?”. 

Lovelock realizó predicciones muy catastrofistas para el planeta, asegurando que en 2030 las cosas se pondrían de lo más feas. “Muchos amigos le dijeron, te has pasado -señaló Watts-. Nigel Lawson, un declarado negacionista del cambio climático de Reino Unido que fue Ministro de Hacienda y luego Lord, le convocó a una cena secreta junto al vizconde Matt Ridley y el duque de Edimburgo, el marido de la reina, para intentar que se retractara de esas afirmaciones. Pero no lo hizo… del todo”.

Al cabo de un tiempo, Lovelock observó que los cambios científicos y sociales se sucedían a una velocidad que quizás ayudara a paliar el desastre, y declaró que sus vaticinios podían ser exagerados. En el tramo final de su vida, reconoció a Watts que volvía a estar muy preocupado. Achacaba buena parte de la inquietud a la acción de las petroquímicas. 

“La última vez que hablé con Lovelock fue en pandemia. Le pregunté si la pandemia era una reacción del planeta a la agresión a la que se le estaba sometiendo y dijo que, sin duda, sí”. El científico también le comunicó que estaba trabajando en un libro sobre cómo la humanidad se organiza cada vez más al modo de los insectos, y que nuestro futuro sería matriarcal. “¡Con 102 años estaba escribiendo un libro! Murió el día de su 103 cumpleaños, rodeado de la gente que le quería después de una vida increíble”.

Watts, que actualmente escribe una serie de reportajes sobre puntos de inflexión en el planeta, subrayó la importancia de relacionar unos sucesos con otros, de reflejar acciones y consecuencias, y por eso señaló la necesidad de vincular la tala masiva y las mermas que está sufriendo el Amazonas con la pérdida de campos de cultivo en el sur americano. “Nadie hace esa conexión, y la pregunta es por qué. Supongo que si los agricultores del sur comprenden que la destrucción del Amazonas les está afectando, tratarán de reaccionar”.

El físico y escritor Toni Pou, presentador de la charla de Watts, reflexionó sobre por qué algunos pueblos indígenas asumen la teoría de Gaia con normalidad. “Hace unos años hablé con Simon McBurney, que venía de hacer un audio inmersivo en el Amazonas. Comentó que allí se dio cuenta de que, al preguntar a un occidental dónde estás, es decir, dónde está tu yo más profundo, los occidentales se señalaban al corazón, otros a la cabeza, a alguna parte del cuerpo… Al preguntar a indígenas ¿dónde estás?, respondían: ahí, y señalaban a un árbol; ahí, a un pájaro…”. 

“Las diferentes culturas se ven en distintos lugares -añadió Watts-: el cerebro, el corazón, los japoneses se hacen el harakiri porque su centro está en el estómago. Muchos indígenas se ven en lo que les rodea. Si te das cuenta de que naturaleza eres tú, no la vas a destruir porque sería destruirte a ti mismo”. 

Watts, que vivió nueve años en China –“allí empecé a pensar en serio sobre la contaminación medioambiental”-, se instaló hace tres junto a su pareja, la periodista Eliane Brum, en la brasileña Altamira, la ciudad de la selva amazónica dominada por la industria maderera desde donde ambos impulsan la web de periodismo de investigación Sumaúma. Watts indicó la necesidad de elaborar proyectos que vayan “de escuchar a la naturaleza, de preguntarse, por ejemplo, qué piensan los animales. La democracia no está completa sin el resto de seres vivos. Hay que incluir a las otras especies, reconocerlas y darles derechos”. 

Para escribir la biografía de Lovelock, Watts ha estudiado los últimos cien años de ciencia y del movimiento ecologista. La reducción del consumo energético y el de población son dos temas clave para devolver cierto equilibrio al planeta. Watts aludió al demógrafo de la Rockefeller University Joel Cohen, que en 2009 se declaraba convencido de que el globo puede ser habitado con comodidad por 11.000 millones de personas si todas son vegetarianas. En cualquier caso, Watts se preguntó por qué ha crecido tan rápido la población en las últimas décadas. “En parte -respondió él mismo-, por la Revolución Verde, pero también porque el mundo capitalista necesita crecer siempre, y por eso necesita más consumidores, y la demanda interminable exige más personas, más más más”. 

¿Entonces? “Pese a esto, tengo esperanza. Deberíamos llegar al pico de población mundial a mitad de siglo. Los próximos 25 años serán complicados, pero a partir de ahí, el sistema se debería reajustar”. ¿Y solo tenemos la opción de esperar? ¿No hay algún modo de tomar la iniciativa para cambiar la inercia? “Es verdad que parece que los progresistas siempre estamos a la defensiva, y que las únicas ideas potentes transformadoras sean patrimonio de la derecha. Los progresistas debemos ser más valientes, tener ideas más radicales, y expresarlas. La cuestión es cómo se difunden estas ideas en un sistema dominado por el capital”. 

¿Qué soluciones aporta el capital? “Los economistas tratan el problema del clima como si fuera la diabetes: creen que si tienes el fármaco, puedes controlarlo. Pero los desajustes del clima se parecen más a un cáncer agresivo, que se extiende y llega un momento en el que no puedes controlar nada. Entonces, ese tratamiento diabético se desmonta. Una clave para cambiar modelos está en la educación. Si podemos enseñar ecología en cada nivel de la escuela, si la hacemos una asignatura troncal, los jóvenes crecerán con otras ideas. Ahora, se les enseña desde la economía. Enseñemos desde la ecología”.

Varios asistentes alinearon al ecólogo catalán Ramon Margalef con el pensamiento de Lovelock. Watts no sabía quién era, “pero lo voy a investigar”, afirmó.