Entrevistas

Entrevista a Carlos de Hita “Ruido y silencio son el relato de la crisis ambiental”

Por Luci Romero 24/10/2025

Parques Nacionales de España. Paisajes sonoros, de Carlos de Hita, pertenece a esa necesaria categoría de obras que nos devuelven el oído al territorio. Sus páginas no solo se recorren los dieciséis parques nacionales del país, sino que nos invita a habitarlos con todos los sentidos: a oír el rumor del agua en Ordesa, el viento que peina los pinares de Guadarrama, la berrea lejana en Cabañeros o el silencio líquido de las aguas de Doñana al amanecer.

Publicado por Anaya Touring dentro de su colección Guías Singulares, el libro traza un mapa sensorial de los ecosistemas más emblemáticos de España, uniendo texto, fotografía y paisaje sonoro. Cada capítulo se acompaña de códigos QR que conducen a grabaciones originales del propio autor, de modo que el lector puede literalmente escuchar lo que lee. Así, la lectura se convierte en una experiencia inmersiva: un diario sonoro de la naturaleza ibérica que trasciende la guía convencional para transformarse en un acto de escucha y memoria ecológica.

Carlos de Hita (Madrid, 1959), especialista en la grabación del sonido de la naturaleza y pionero en la creación de paisajes sonoros —actividad que practica desde hace más de tres décadas—, es también guionista de documentales y colaborador habitual en la Cadena SER, donde comparte sus crónicas del mundo natural. En este nuevo trabajo convierte su vasta experiencia en un relato coral de los espacios protegidos españoles, donde cada parque suena con su identidad propia.

En un tiempo de saturación visual, Parques Nacionales de España nos propone recuperar la escucha como forma de conocimiento y vínculo con la naturaleza. Escuchar y registrar esos paisajes sonoros se vuelve, en las manos de Hita, un gesto de memoria, de cuidado y de escucha atenta. Con esa premisa conversamos con Carlos de Hita, para adentrarnos en los procesos, las emociones y las historias que laten detrás de este mapa sonoro de nuestros parques nacionales.

Tras cuatro décadas grabando sonidos, ¿por qué era ahora el momento de reunirlos en un volumen? 

En realidad, no es el primer libro con sonidos asociados que publico. Pero sí es aquel en el que recopilo las experiencias, y, por tanto, las grabaciones asociadas a muchas visitas a estos espacios. Mi relación con los parques es muy cercana; a lo largo de este tiempo he visto duplicarse su número, ampliar su extensión. Pero también el declive de la mayoría. Además, yo vivo en el límite de uno de ellos, en la Sierra de Guadarrama. En cierto modo, los parques nacionales han sido mi territorio de campeo durante décadas. 

¿Qué significa para ti haber convertido este trabajo en una especie de “cierre de ciclo”? 

Más que un fin de ciclo, se trata de una recapitulación. En el año 1991 recibí un encargo insólito: recorrer los parques nacionales para elaborar una fonoteca zoológica. Enseguida empezamos a publicar una serie de CDs con sus paisajes sonoros. Empezando por Ordesa y Monte Perdido, en el Pirineo de Huesca, y la Montaña de Covadonga, hoy ampliado a Picos de Europa. Le siguieron Doñana, Las Tablas de Daimiel, El Teide, Timanfaya… Un catálogo de nombres que reúne lo mejor de la naturaleza en España. La serie quedó incompleta, el formato CD prácticamente desapareció. Pero yo he seguido recorriendo los parques micrófono en mano. Ese ha sido mi privilegio. 

Tras tantos años dedicándote a los paisajes sonoros, ¿cómo crees que cambia la experiencia de un lector cuando pasa de leer a escuchar el mismo paisaje? 

Describir lo que se escucha, escuchar pensando en cómo describirlo. Para mí es un ejercicio literario.

Cuando ando por el campo mantengo siempre la actitud de escucha atenta. “Ver de oídas”, me gusta decir. Eso obliga a ir despacio, parar a menudo, dejar que la secuencia sonora, casi siempre interrumpida por nuestra presencia, vuelva a sonar. Esos sonidos son el relato que la naturaleza hace de sí misma, con sus propias palabras. Al escribir esa experiencia, yo intento transmitir, de palabra, lo que he oído: quiénes están ahí, cuántos son, qué están haciendo. Esa es la biofonía. Pero también escucho el escenario, la geofonía: los sonidos del agua, del viento, el eco, la reverberación... Son las maneras en las que el sonido dibuja el espacio. Intento que el lector de los textos, al convertirse en oyente de los paisajes a través de los códigos QR, perciba el mismo relato, aunque desde diferentes puntos de vista.  

¿Qué criterios usas para escoger el momento y lugar exacto de una grabación? 

Escucho y grabo los paisajes. Nunca hay dos composiciones iguales, los momentos sonoros no se repiten en el aire libre, a lo largo del año, en las horas del día. En ese sentido, tanto vale aproximarse al ambiente cargado de una laurisilva canaria como a los silencios del Teide. 

¿Cómo lidias con la presencia inevitable del ruido humano en espacios protegidos? 

Es el mayor problema. El ruido es como una mancha sucia que llega hasta los últimos rincones. Estés donde estés, siempre habrá una carretera cerca, un pasillo aéreo, maquinaria, motosierras… Parece mentira la cantidad de motosierras que se escuchan por los bosques de este país. Bajo el mar -en el Archipiélago de Cabrera, o las Islas Atlánticas de Galicia, por ejemplo- las ondas sonoras de los barcos se propagan a gran distancia e interfieren en la intensa y desconocida conversación de las especies submarinas. Y contra eso no hay protección legal que valga. Solo vale madrugar un poco más e ir cada vez un poco más lejos. Fuera del alcance del ruido. Cada vez más, mi trabajo consiste en buscar silencios. 

A lo largo de los años, ¿qué transformaciones has notado en las voces de la naturaleza? 

Como decía un poco antes, el paisaje sonoro es el relato que la naturaleza hace de sí misma, con sus propias voces. En las últimas décadas el ruido ha ocupado el espacio. Y en la biofonía se han abierto grandes vacíos. La hecatombe de los insectos, de las abejas, los grillos y los saltamontes, se suma a los silencios de los anfibios o a la desaparición a lo largo de las cuatro últimas décadas de la mitad de las aves europeas. De los “solistas”, no de las especies.  Ruido y silencio son el relato de la crisis ambiental. 

¿Hay especies o ambientes cuya desaparición sonora hayas registrado de primera mano? 

Es un proceso lento, imperceptible. Hasta que un día piensas que oyes peor, que has perdido capacidad auditiva. Y lo que sucede, sencillamente, es que en la naturaleza faltan muchas voces.

Entre los dieciséis parques, ¿hay alguno cuyo paisaje sonoro sea especialmente frágil o más vulnerable en los últimos años? 

Hay pocas experiencias más decepcionantes que escuchar las voces de las aves esteparias, las de los secanos, en las marismas de Doñana. A la misma hora, en el mismo lugar donde unos años antes has escuchado el clamor de decenas de miles de aves acuáticas, de anfibios, chapoteando en el agua de la llanura inundada. 

¿Cuál recuerdas como el más exuberante en términos acústicos de estos dieciséis parques? 

Si por exuberancia entendemos diversidad, cantidad y sorpresa, la vieja Doñana, la que se inundaba regularmente y conservaba sus lagunas encharcadas para los meses secos del verano.

Si tuvieras que elegir un único sonido para representar cada parque, ¿cuáles serían?

En el libro hay un apartado en cada parque llamado Foto Síntesis, un elemento, nunca un sonido, que para mí representa a ese espacio. Me pides ahora una Audio Síntesis. Ahí va, de oeste a este y de norte a sur, como leemos en los mapas:

1.      Illas Atlánticas de Galicia. El bramido de un temporal de poniente en una furna, el Buraco de Inferno, en la isla de Ons, por ejemplo.

2.     Picos de Europa: el aullido de un lobo, el tintineo del ganado.

3.     Ordesa y Monte Perdido: el retumbo del trueno dentro del cañón.

4.     Aigüestortes i Estany de Sant Maurici: el sonido creciente del agua, de una gota en un carámbano de hielo al oleaje del agua detenida en un estany, pasando por cauces, meandros y cascadas.

5.     Sierra de Guadarrama: el tamborileo de los pájaros carpinteros en los pinares, las pequeñas avalanchas de nieve que caen desde las copas de los pinos al salir el sol tras una nevada.

6.     Monfragüe: el siseo, la estela sonora de los buitres al ceñir el viento.

7.     Cabañeros: los bramidos de la berrea de los ciervos.

8.     Arxipèlag de Cabrera: los llantos y lamentos de las pardelas, aves marinas de las noches sin luna.

9.     Sierra Nevada: los testarazos de las cabras montesas en celo.

10.  Doñana: el recuerdo de los grandes clamores en la marisma inundada.

11.   Sierra de las Nieves: los sonidos resecos del verano, el “raca raca” de las cigarras en los pinsapares.

12.  Timanfaya: las mil maneras en las que el viento hace silbar a la roca volcánica.

13.  Caldera de Taburiente: el borboteo del agua que baja encerrada por galerías de piedra.

14.  Teide: el silencio mineral de las Cañadas.

15.  Garajonay: el concierto de los mirlos.

 

 ¿Qué dificultades técnicas son más comunes al grabar en campo abierto? 

En la naturaleza todo suena demasiado lejos; los animales desconfían de nosotros, con razón. El viento, la lluvia, los ruidos, las propias marañas en las que se enredan las voces de unos animales con las de otros, complican el registro. Todo son desafíos, todo es difícil. Pero cuando consigues escuchar una imagen sonora sólida, contundente, resonando a través de los auriculares dentro de tu cabeza, los problemas se olvidan.

¿Se puede “traducir” fielmente un paisaje en sonido, o siempre queda algo fuera? 

El paisaje sonoro es la banda sonora del lugar. No cuenta lo mismo, complementa el relato.

 ¿Cómo puede la escucha convertirse en herramienta de educación ambiental? ¿Crees que aprender a oír lo que nos rodea puede cambiar la forma en que protegemos la naturaleza?  

Guiarse por el oído implica ir despacio. Y eso, de por sí, ya es una herramienta didáctica. Pero la escucha obliga también a un ejercicio intelectual, interpretar lo que está sucediendo, aunque no lo veamos. Así, nuestra actitud se parece a la de un rastreador, que interpreta lo que acaba de suceder por las huellas, los restos que deja un animal a su paso. La escucha es inmersiva, siempre nos coloca en el centro de la escena. Creo que todo esto son herramientas muy útiles para la educación.

Además, aprender a escuchar la naturaleza, a disfrutar de su banda sonora, te convierte en un ciudadano más exigente ante la degradación ambiental. Hay que recordar que, durante los meses de confinamiento por la pandemia de COVID, la gente abrió las ventanas y escuchó el canto de la naturaleza afuera, en sus calles. Y eso, que despertaba comentarios de admiración, quizá fuera lo único positivo que sacamos de aquel encierro. 

¿Qué te gustaría que un lector recordara al cerrar el libro y quitarse los auriculares? O ¿qué impacto esperas que tenga el libro en quienes lo lean y escuchen? 

Que salga al campo a escuchar; que deje sus propios ruidos atrás; y que, si las cosas siguen mal, recuerde que, al menos, en otro tiempo sonó bien.

Con este QR podréis acceder a la suite de los Parques Nacionales, que se encuentra en la introducción del libro.