MATERIA VIVA
Jorge Comensal

Ediciones Antílope
México, 2024, 253 páginas

Portada del libro 'Materia viva' de Jorge Comensal con ilustraciones de criaturas míticas y animales en un estilo artístico detallado.

Si en la portada de Las mutaciones, la novela que le proyectó internacionalmente, aparecía un flaubertiano loro -con simbólico protagonismo en la historia-, y teniendo en cuenta que el bosque de Chapultepec, un incendio, el zoo de la Ciudad de México y la inquietud ante el cambio climático son capitales en su otra novela Este vacío que hierve, resulta casi lógico que Jorge Comensal (México, 1987) haya firmado un libro de indudable liternatura como Materia viva.

Se trata de una serie de ensayos y crónicas divididos en dos bloques: Materia silvestre y Materia humana, ambas dedicadas a explorar las distintas formas de vida en la tierra prestando singular atención a una especie concreta: la nuestra. La que al fin y al cabo se juega de manera (más o menos) consciente su continuidad en el planeta.

Comensal advierte desde el principio que, habiendo drama, también nos vamos a divertir, al reconocerse discípulo de autores como Jorge Ibargüengoitia y Carlos Monsiváis, que le enseñaron “a enfrentar con humor el asombroso, caótico, monumental relajo que es el mundo”. A partir de ahí, considerándose a sí mismo una partícula tan risible y respetable como las demás, se sirve de su propia biografía para hilar sucesos y reflexiones que nos van a conectar de un modo insólito a los otros animales que el autor observa, escucha, toca.

Como varios textos nacen de la propia experiencia física, Comensal a menudo encuentra paralelismos entre la vida de un manatí o una anguila y la humana, trasladando la maravilla de esas criaturas de una manera atípica, porque emociona con alegría. No siempre, conste. En ocasiones el conflicto o incluso la tragedia se imponen, pero el tono de fondo y la frase ocurrente, si no genial, suelen devolver a la narración a un lugar menos doloroso, a un espacio que invita a amortiguar el golpe e incluso a actuar para cambiar un par de cosas hasta que la realidad aporte lo que esta lectura: disfrute y visión.   

Hablamos de un escritor que tiene en el cóndor de California a “mi especie favorita”: llega a imaginarla en su propio escudo de armas, compuesto por tres cocos y un cóndor. Comensal es así. Fan de los helechos –“no alardean, no se exhiben”- y de las historias más alucinadas del neurólogo Oliver Sacks. Sabe mover las orejas, lleva tatuada en un brazo la última nota que escribió Johann Sebastian Bach y comunica que, al morir, prefiere la tierra a la incineración, para que algunos seres vivos puedan seguir estándolo en parte gracias a él.

La muerte ocupa un papel destacado en el libro, como algo natural de la vida. Lo distinto es la aproximación del mexicano, quien, tras reconocer que siempre que se siente incómodo en sociedad le da por evocar datos curiosos, afirma: “Los funerales, por ejemplo, son idóneos para la divulgación científica”. Así, su erudición le permite distenderse hablando igual de microscopios que de buitres –“el mundo apesta, pero sin buitres apestaría más”- dotando a cualquier reunión o ceremonia con un chispeante plus didáctico.

Comensal perdió a su madre siendo muy joven, y se diría que la temprana cercanía con aquella pena le activó un mecanismo sosegador que ha ido perfeccionando y, por fortuna, hoy comparte con sus lectores. Cómo se cuentan las cosas, las pérdidas también, determina en gran medida nuestro ánimo, y Comensal rinde homenaje a varios de los autores que le animaron contando cosas de un modo excitante, desde David Foster Wallace a Saint-Exupéry, Peter Mathiessen o António Lobo Antunes. Solo algún libro de Mathiessen se podría definir como liternatura, y quizás El principito, pero las profundidades que le revelaron esos autores le ayudaron a perfilar la fraternal mirada hacia “los otros” que celebra en Materia viva.

Por más que escriba “hace tiempo que renuncié a la empatía sin darme cuenta”, Comensal sacude, desafía, estimula y divierte, tanto con una estudiante suiza que masturba a una tortuga para recolectar su semen como al preguntarse dónde están los hombres en una manifestación en defensa del bosque de Chapultepec. Alguien sin empatía no conjugaría esos verbos.

Aunque tal vez solo sea otro intento de echar agua al vino de este virtuoso empeñado en la necesidad colectiva de rebajar el ardor de las pasiones y conceder más minutos al análisis, la reflexión. Su manguera es el humor de corte, digamos, inglés, si bien afortunadamente tocado por una vena guerrera que de pronto le impulsa a aparcar las ironías para señalar cómo el director de cine Steven Spielberg blanquea al peor personaje de la novela Jurassic Park, convirtiéndolo en héroe de su película. Y aún va más allá, al destapar la magnífica hipocresía del mismísimo Spielberg, quien, mientras se proclama activista climático, compra aviones, mansiones y yates colosales con un estilo de vida definido por el derroche.

Spielberg y la creación de una civilización tecnocientífica a gran escala que empieza a tener consecuencias planetarias imprevisibles son preámbulo del bloque Materia humana, donde se alterna la sonrisa y el estremecimiento. “Me parece que exageramos con los pechos y las uñas, con las nalgas y el cabello cuando existen, aparte de las clavículas, 80.000 millones de neuronas capaces de hacer chistes y poemas”, escribe Comensal en el primer capítulo de este bloque, pura declaración de intenciones antes de abordar cómo tratamos a nuestro cuerpo, desde el oído -¿adónde nos lleva el reguetón?-, a la piel -el boom del tatuaje- o nuestra dieta, empezando por la entronización mexicana del alcohol y siguiendo por los trucos de Coca-Cola para engancharnos a las bebidas azucaradas llamándonos literalmente por nuestro nombre (en los envases).

Afilado, vibrante, lúcido y saludablemente adictivo, Comensal ofrece un libro diferente que abre una puerta moderna al universo liternatura.

Gabi Martínez