La bestia del mar
Iida Turpeinien

Seix Barral Editorial
336 pág. España, 2023

Siguiendo la orden de Georg Wilhelm Steller, el cosaco Toma Lepkin dispara desde la cubierta del barco contra el enorme animal que acaba de emerger. Es 1741. Acierta, pero la bala no mata a la bestia, que se zambulle de nuevo y se esfuma. Steller sabe que acaba de ver a un animal insólito, al menos para occidente. La vaca marina… de Steller, porque, desde entonces, la criatura emergida recibe el apellido del naturalista teólogo, el primero en consignar el avistamiento de un sirénido que solo duró en el planeta 27 años más. 

Cuando la escritora finlandesa Iida Turpeinen vio un esqueleto de vaca marina de Steller en el museo de Helsinki, le sobrevino la fiebre por averiguar cómo había llegado aquel rarísimo chasis a su ciudad, y se entregó a una investigación que culminaría con la publicación de una novela con tintes de documento histórico: La bestia del mar (Seix Barral).   

Si el tigre de Tasmania, el dodo, el mamut o los dinosaurios son animales extinguidos con relatos memorables que mantienen vivo su recuerdo, Turpeinen ha querido sumar a la vaca marina a este equipo mítico haciendo algo tan simple como divulgar su historia moderna en una ficción de base hiperreal. Las historias naturales bien contadas suenan de por si a leyenda, y aquí estamos, desgranando a una finlandesa con ganas de agitar la Historia: por ejemplo, describe al todavía omnipresente Vitus Bering -dieron su nombre a un estrecho, un mar, una fosa y dos islas- como una especie de funcionario insulso y negligente que sobre todo pensaba en acabar la navegación cuanto antes. Su problema fue capitanear la expedición en la que viajaba Steller, el alemán ávido por descubrir y clasificar a todos los animales, las plantas y las piedras que encontrara. La noche y el día. Bering observaba a los indígenas con sideral desapego y prefirió no detenerse en varias islas en las que Steller podía haber recabado estupendos datos y muestras. 

Turpeinen adjetiva poco, más bien expone. Por los hechos los conocerás. Empieza devanando el viaje en el que Steller descubrió a su vaca marina, una aventura en sí misma, porque la nave errabunda y la falta de alimento llevó a varios marinos a la muerte o a sus puertas. Eso sí, cuando desembarcaban donde fuera, resultaba facilísimo matar a la mayoría de fauna, como el día que “fusilan” -es la palabra que emplea la autora- a sesenta zorros: “es muy fácil, no saben huir”. Las vacas marinas tampoco sabían, y así acabaron, cual dodo acuático: extinguidas. 

Como ocurrió con Humboldt o el perito Moreno, después de reconocer sus hallazgos, Steller fue más bien maltratado por varios políticos y colegas de turno, lo marginan, y cuando muere nadie avisa del fallecimiento a su esposa. Esta omisión sirve a Turpeinen para abordar de inmediato otro eje del libro: el papel de las mujeres. Porque la vaca marina es el hilo que usa la helsinkiana para devanar el estado de las ciencias naturales en los siglos XVIII y XIX desde ángulos a veces imprevistos. 

Aventureros, cazafortunas, artistas, cónyuges y científicos protagonizan este libro que aborda desde la crudeza cotidiana del colono que usa a los indígenas como herramientas (nadie registra el nombre de los dos aleutianos que hallaron el esqueleto de vaca marina que resultaría clave para que los científicos europeos intuyeran un par de cosas sobre el animal), hasta la sumisión de Anna Elisabeth Von Shoultz a su marido, el gobernador de Alaska John Hampus Furuhjelm obsesionado con la vaca marina, excelente coartada, además, para desmarcarse durante meses de su mujer, mientras ella afirma que cuidará con primor el hogar alaskeño porque su único deseo es no decepcionar al marido

Accedemos a un credo sentimental y científicamente tan añejo que, cuando unos cazadores dicen a Hampus que nunca dará con la vaca viva porque la han exterminado, el gobernador no lo cree, incapaz de aceptar que el admirado imperio al que pertenece pueda cometer barbaridades así. Y es que por entonces no se creía que una especie depositada por Dios en la Tierra pudiera volatilizarse sin más. Por eso, la vaca marina de Steller resulta aún más simbólica, al introducir en Finlandia el debate sobre la extinción de especies causada por humanos.  

Como contrapunto a la señora Von Shoultz, Hilda Olson es una asombrosa dibujante habilísima pintando arañas que exprimirá las lentes del revolucionario microscopio para elevar las ilustraciones de los seres minúsculos a una nueva dimensión. Y, dado su conocimiento de lo mínimo, la eligen para trabajar con los huesos del esqueleto, para reflejar cada grieta, cada matiz de la forma más exacta. Cuando su valedor, el insigne pintor de naturalezas Alexander Von Nordmann, fallece, Olson sufre un boicot implacable por ser mujer

Hablamos de un tiempo en el que “los anatomistas se enviaban cabezas unos a otros y las calaveras envueltas con papel de estraza rebotaban contra los techos desprevenidos de las diligencias”. Las conductas de mucha élite intelectual eran consecuentemente postprimitivas y bastantes cosas se hacían a la babalà, montar un esqueleto también, de modo que, en el último tramo de esta chispeante y didáctica novela, Turpeinen salta a tiempos más modernos para narrar cómo fue el ensamblaje correcto de los huesos ancestrales a cargo de un ex virtuoso en cuidar… huevos. 

El libro tiene, ya ves, de todo un poco. Está narrado con una aparente distancia que no lo es, porque la lectura igual entusiasma que enfurece, lleva al rechazo y a la atracción, mientras paseas aprendiendo y deseando saber más por el ayer de la ciencia gracias a Turpeinen y a un sirénido invisible. 


Gabi Martínez