FUROR BOTÁNICO
Laura Agustí

Lumen
España, 2025

La avalancha de libros que narran el giro vital de abandonar la ciudad y volver al campo ha ido desgastando la frescura de este formato hasta dejarlo, en ocasiones, inexpresivo y descreído. Afortunadamente no ocurre en todos los casos. Hay obras que, relatadas con una mirada íntima, genuina y sensible, y con el extra de una notable ilustración como complemento visual y atractivo emocional, logran que el lector alcance uno de los objetivos de estos textos: la reconexión con lo esencial. Furor botánico, la novela ilustrada de Laura Agustí, es un ejemplo de ello.   

El título puede llegar a confundir. Furor, sí, pero uno sosegado y sereno. Nació de su grupo de amigas. Entre ellas se desató el “furor botánico” de tener plantas, investigar sobre ellas, turnarse para cubrirse en los viajes y regarlas e ir a por otras nuevas si alguna se marchitaba. Pero este título abarca algo más profundo. Para Agustí las plantas no son una mera decoración. Convivimos con ellas y propician el autocuidado a través de la atención y la presencia, en un acto de conexión y retroalimentación.

Las plantas son el hilo conductor, cuyas raíces van creciendo hasta ramificarse y tratar otros muchos temas como la familia, los cambios personales y en el ambiente, la observación del entorno o la búsqueda de paz mental en un mundo que no deja de hacer ruido.

Laura confiesa abiertamente que no es escritora, sino ilustradora, pero esto no impide que sus textos se lean con gusto. Hizo este libro en 2024, pero la idea surgió años atrás, en 2019, como una “carta a su abuela” en la que hablar de sus flores y plantas favoritas. La pospuso por la muerte de su gato, cuyo duelo le inspiró a escribir antes Historia de un gato. Al retomarla, ella y muchas cosas habían cambiado. Además, una mudanza marcaría el nuevo rumbo de esta novela. Dejó su ciudad de residencia, Barcelona, para probar a instalarse con su pareja en una casa familiar de una aldea del Pirineo catalán. Lo primero que le vino a la cabeza fue: “¿Qué hago con mis plantas?” 

Tomar la decisión de mudarse no fue fácil, pero el entorno urbano y ruidoso que tanto le costaba soltar, le amargaba la existencia. Un año y medio después, Laura sigue disfrutando, entre otras cosas, del descanso físico y mental que le aporta su nueva vida. La lenta y silenciosa trasformación que ha experimentado se cuela en las páginas de este libro, invitando a la introspección y a la observación de los cambios del ciclo de la naturaleza. Pero Furor botánico va un paso más allá. Trenza su relato personal con elementos culturales, tradicionales y familiares. Sus páginas también muestran recetas a base de plantas medicinales rescatadas de su abuela, paseos por el bosque, recogida de setas, consejos sobre cuidados vegetales o información acerca de mujeres botánicas de vidas fascinantes.

Escribir e ilustrar este libro podría parecer algo sencillo para una persona que se define como metódica y ordenada. Sin embargo, el proceso creativo se complicó cuando empezó a escribir y se dio cuenta de que esos dibujos pedían color. Todo un reto para una ilustradora que esboza el mundo en blanco y negro. Este salto cromático le llevó a la frustración y a retrasar la entrega en varias ocasiones hasta encontrar su estilo: “la pala de carbón”, la pincelada digital que utilizó en Furor botánico. Una vez que se sintió identificada, el color fluyó y la delicadeza de sus ilustraciones, que evocan a bodegones clásicos, formaron parte del lenguaje emocional del libro conviviendo en armonía con el texto.

Es una obra que puede llegar a contagiar de muchas maneras: a mirar a las plantas con más atención, a ir a comprar geranios porque te recuerden a tu abuela e incluso a dejar la ciudad. Con sencillez evita idealizar, algo muy común en este tipo de narrativa, prefiere sugerir la pausa y estimular la observación.

En definitiva, una novela ilustrada con una edición muy cuidada que es mucho más que un libro sobre plantas. Un refugio sin imposturas, donde muchos pueden verse y reconocerse, que Laura Agustí comparte generosamente para invitar a recuperar lo esencial.

Por Azucena López